El fin de semana pasado me invitaron a una comida familiar. Estamos hablando de la típica comida familiar, mesa de los adultos, mesa de los niños, hombres sentados discutiendo la política nacional y mujeres sirviendo una cantidad de comida exorbitante.
Entre los invitados se encontraban un par de tíos mayores. Estos son los que más disfrutan la comida, los más incrédulos a las teorías políticas que discuten los sobrinos, los más pendientes de las atenciones de la abuela y las sobrinas y para demostrar todo lo anterior daban un aplauso.
"Un aplauso al mole", "un aplauso a las cocineras", "un aplauso a que se acaba el sexenio de Fox", "un aplauso a lo bonita de mi sobrina".
El tío aplausos disfruto de lo que los demás veían como rutina en la monótona comida dominguera. Y como ya tiene la voz baja y está acostumbrado a no ser escuchado, que mejor forma de llamar la atención que un buen aplauso. Obviamente cuando salió el flan de vainilla había que diferenciarlo de los 500 aplausos anteriores y decidió convocar a una porra. El clásico "chiquiti-bum" que por faltarle los dos dientes delanteros sonaba más como "ziquiti-bum".
Espero llegar a esa edad con la emoción de cada pequeño detalle de la vida. Y espero llegar con la fuerza y las ganas para aplaudir y gritar la emoción de disfrutar cada instante. Trataré de acelerar mentalmente el tiempo para empezar a disfrutar hasta de un flan de vainilla y sentir las ganas de gritarlo a los cuatro vientos. Por lo pronto sólo me queda decir "un aplauso a la vida".
Nadie...